A los seres humanos nos encanta el cotilleo, por eso aquí encontrarás de todo, menos mi historia.
Antes de contarte porque estoy aquí, te voy a contar algo.
Cuando mi hijo mayor (tengo dos) contaba alrededor de cinco años, me pidió que le comprara un perro pequeño. El piso donde vivía era demasiado pequeño, así que le dije que no.
Al final opté por un hámster y mi hijo estuvo de acuerdo.
Hasta aquí todo bien.
No pasaba nada si el bendito hámster, justo en la calma de la noche, se pusiera a dar vueltas en su rueda y que a veces me despertara.
En cierta ocasión, mi hijo sacó a su hámster de la jaula y lo llevaba en sus pequeñas manitas por toda la casa. Cuando se acercó a mí, levantó sus manos como si estuviera levantando un trofeo y por algún motivo el hámster cayó como una piedra al suelo. El animal cayó y se quedó quieto. No se movía.
Le dije a mi hijo, sin levantar la voz, que pusiera cuidado, que una caída así, le podía hacer daño al hámster.
—Mejor me hubieras comprado un pájaro, —contestó mi hijo.
¿Por qué te cuento esto?
Porque me gusta escribir, como a muchos.
No es que esté persiguiendo el Premio Nóbel de Literatura.
No.
Me gusta recrear mundos, escribir cuentos, relatar historias.
Me di cuenta que escribir de esta manera, no sirve para mucho.
Porque si uno escribe un libro, por ejemplo, de relatos, como es mi caso, si no lo sabes vender. No sirve de mucho.
Lo envié a editoriales con resultados de respuesta muy diversos: como el silencio, «este año no está en nuestros proyectos publicar nuevos libros.» o un no rotundo.
También me di cuenta de que tenía medio asunto resuelto. Sentía que me faltaba el otro medio. Entonces me dije, tengo que aprender a escribir textos que despierten emociones. Mover las emociones de un lado a otro para que las personas tomen una decisión. Dicho de otra manera, aprender a vender con textos. O lo que es lo mismo escribir para vender.
También me di cuenta de que, escribiendo no solo de manera creativa, sino también persuasiva, podía ayudar a que otros vendieran más. Observé que moviendo emociones conseguía tocar las teclas que hacían falta tocar para que quienes lo leyeran pasaran de la indecisión a la acción.
Y eso hice, aprendí y sigo aprendiendo. Sigo mejorando la técnica. Mi caja de herramientas se hace más amplía cada día.
Dentro de la caja de herramientas tengo llaves con las que armo textos de acuerdo a la necesidad del cliente.
Ojo. En mi caja no tengo agujas para buscar el dolor de tu cliente. Existen otros métodos más convencionales.
Por eso estoy aquí, porque te acompaño con los textos que necesitas para tu negocio, y es muy posible que puedas vender más.
Ah, en la caja también tengo también una especie de detector. Te preguntarás para qué. Pues me sirve para detectar si quiero trabajar con ese cliente o no. Es una herramienta muy útil. Ya te lo digo yo.
Bien
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¿Qué pasó con el hámster?
Al hámster no le pasó nada. Lo puse en su jaula y al rato lo vi moviéndose en su dichosa rueda, como si nada.